Todd
Solondz, ese director maldito y generalmente conocido por una obscenidad que se
ha convertido en su propia maldición, es casualmente uno de los autores que
mejor sabe reflejar nuestra sociedad. Su obra es un enorme repertorio de documentales
(artísticos) acerca de personas que no descubren el modo de encajar en un mundo
en el que los valores más básicos se han perdido y en el que la hipocresía y la
pura apariencia se han apoderado de una sociedad que esconde su perversión (tal
y como vemos en Happiness (1998),
donde un padre de familia ejemplar, que se muestra amable ante sus conocidos,
resulta ser un completo pederasta). Welcome
to the Dollhouse, sin propósito alguno de convertirse en una excepción, nos
presenta la historia de Dawn Wiener, una adolescente que sufrirá las
consecuencias de estudiar en un instituto en el que una reputación extremadamente
superficial es la principal preocupación de los alumnos.
Dawn
es una chica tímida, inocente y poco agraciada, lo que la convierte en una
presa fácil entre los muros del instituto, aunque cuando llega a su casa la
tortura todavía no ha terminado. La protagonista vive con sus padres, su
hermano mayor Mark, que destaca por ser un chico inteligente y estar en una
banda de rock, y su hermana pequeña Missy, considerada por su madre una gran
bailarina. Ambos hermanos tienen ambiciones y cualidades que hacen felices a
sus padres, pero Dawn, en cambio, no destaca por nada, no tiene ninguna afición,
ni una gran inteligencia, de forma que se ha ganado el desprecio de sus propios
padres. Ante tal situación, Dawn construye una cabaña en su jardín en la que se
reúne con su vecino (más pequeño que ella y discriminado por su apariencia
homosexual) para evadirse de su cruda vida y que recibe el nombre de “special
people club”.
La
vida de Dawn es un continuo tormento y poco a poco aprenderá que si quiere encontrar
su lugar deberá actuar como los demás, desobedeciendo a sus padres,
deshaciéndose de su único amigo para no rebajar su imagen e intentando
encontrar el amor. En este último asunto, Dawn verá como el amor ideal (que
siente por Steve, guitarrista del grupo de su hermano) es algo que no le
corresponde por mucho que se esfuerce y se convierta en una muñeca hinchable al
servicio de un joven fogoso, y tendrá que conformarse con las amenazas de
violación que recibe de un rebelde de su instituto, descubriendo que no hay
nada que pueda hacer para ser tratada como se merece. Agotada por tanta
humillación, Dawn llevará a cabo su venganza personal contra su familia, aunque
finalmente su carácter no le permitirá soportar sus remordimientos y volverá a
su cruda realidad.
Son
muchos los largometrajes que giran entorno a esta temática, dando un punto de
vista dramático y muy emocional, con el propósito de conmover al espectador. Solondz,
en ese sentido, ofrece una visión diferente, tratando el filme con toques sutiles
de humor (muy crudo) que convierten el drama en un patetismo hilarante a partir
de su capacidad de satirizar la sociedad a partir de elementos arquetípicos: el
instituto de Dawn Wiener es un exponente increíble de la vida adolescente
americana (insultos en las taquillas, fiestas a las que sólo asisten los más
populares, madres que quieren que sus hijas sean bailarinas y destaquen entre
las demás, etcétera). En definitiva, a pesar de que el filme nos muestra y
critica un problema social, da un punto de vista que se basa en un humor satírico,
que refleja la frialdad con la que tratamos problemas relevantes.
A
lo largo del filme, Dawn intentará crear una imagen de sí misma basada en su
insistencia por crecer antes de tiempo, intentando mostrarse ante el mundo como
alguien que debe ser respetada por una madurez aparente. No obstante, la
crueldad de la adolescencia la superará y le hará ver que todavía es una niña, mientras
canta el himno del colegio junto a sus compañeros en un autobús de camino a
Disney World.
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